Escrito por: Julieta Blanco | @julietablancojulieta
Cansado de buscar, y herido en mil fracasos, me senté a esperar en la estación a que pase el tren solo para mirarlo.
Había decidido caminar en soledad, los cuarenta minutos necesarios que me sé de memoria que son precisos para oxigenarme y despejarme. Como me gusta decir, soy perro de costumbres.
Sin pena ni pasión, durante ese camino había estado elucubrando teorías sobre qué pasó con lo nuestro, pero sobre todo, que no volvería a ver algunas cosas que me gustaban.
Me refiero a tu perro Lalo. La verdad se había convertido en una enorme tristeza: dejar de ver un perrito que me caía bien y no rompía los sillones.
Agarré el clásico camino de verdes claros y oscuros, en el que se proyecta la sombra borroneada de los árboles marcando un techo que une mi pueblo con el de al lado para llegar a mi destino: la estación de tren. El mejor camino plano para poder hacer footing en este pueblo que elegí para distraerme que es todo subida y bajada.
Hay una regla lógica que rige en cualquier parte del mundo: si caminas por una vía derecho, llegas de una estación a otra, o sea, de un pueblo a otro.
¿Por qué caminaba?
Porque estaba angustiado.
Quería combustionar la angustia de no verte con sudor y efectos químicos corporales.
Caminé hasta que el cansancio no me dejó sentir más nada. Llegué a la estación de tren de VH2 y me senté.
Hacía muy poco que habían instalado la función tren y había sido desarrollada una nueva estación incidental. Me senté, dispuesto a todo, a irme a cualquier lado donde sentir algo no fuera posible. Un pueblo donde me sintiera más perdido, asombrado o aparentemente distante y angustiado.
¿Sabes cuántas veces agarré el teléfono para ver si me habías escrito?
El celular sin mensajes reactivaba la herida.
Sentado en la estación esperé 20 minutos, no tenía idea de si vendría un tren o no. No quería fijarme en la reciente database.
"Creo que lo nuestro no está funcionando, me dijiste. Creo que es mejor que sigamos siendo amigxs".
Ese día había programado que sea de lluvia, casi como si lo hubiera intuido. Después de eso pasé al sol y después a la nieve y después traté de caminar en mobs glitcheados de nenúfares, aleatoriamente cambiados de color por algún hacker estupendo.
Ese día, además, yo andaba con un dolor en la garganta terrible. Alimentada por el miedo de la charla que se venía después de una semana en la que claramente, nada funcionaba: ni los horarios de encuentro, ni las ganas, ni lxs amigxs en común, ni los escenarios de roleplay asignados, ni ir a minar dracons solos o en pandilla.
En nuestra relación, los lugares de la felicidad eran cada vez más estrechos.
Iba y volvía de estos pensamientos pero cuando miraba donde estaba, me encontraba tocando una pared pixelada de color blanco, todavía en la estación de tren.
Cuando estoy en un lugar de espera, todo lo que hago es ir y venir de mis pensamientos.
Hasta que no sé cual es realidad y cual es ficción.
Ahora menos.
Nada está muy claro desde que las hiperficciones incidentales son nuestra forma de vida.
Realmente estaba deprimido.
Pudiendo elegir cualquier escenario, elegí ese. Uno bien antiguo, uno de las fotos de las vacaciones de mis papás en el centro del país cuando todavía existían los árboles grandes y no en pequeños vidrios en laboratorios cuánticos.
Bueno, a veces necesitaba un descanso visual y por alguna razón, me habían transmitido que los pueblos serranos relajaban las funcionalidades físicas.
Empecé a escuchar el ruido del tren acercándose, iba tapando de a poco el ruido habitual de naturaleza artificial de los pájaros y los árboles.
El ruido se detuvo. El tren se detuvo. Se abrieron las compuertas glitcheadas y mucha gente bajó.
Y en eso, apareciste. Todo cambió. Me olvidé de todo.
“¿Dónde estoy?”, me dijiste.
Yo me quedé sin respirar. No sabía qué decir.
“Me equivoqué”, dijiste.
¿Qué?, grité.
“Me equivoqué, apreté control Z y aparecí acá”, me respondiste.
Bajaste del tren, en la estación equivocada, perdida, estúpida, siempre igual, me dio una risa en la panza que no pude contener.
Si me preguntan... eso era lo único que quería de ese día, ¡verte!
Me fui acercando a vos, con suma precaución, esta vez sí, te di tiempo y espacio. No me olvido de cuántas veces me lo pediste, tiempo y espacio.
Ahora te lo estaba dando.
Midiendo cada paso, retorcido en mi interior, veía tus rulos rubios cayendo sobre tu remera.
Me dolía la panza.
¿Qué haces acá?, te pregunté.
Me dijiste: Librándome de miedos y de deudas del ayer para intentar de nuevo, volver a querer.
No entendí nada.
¿Estás bien?, te pregunté.
“Es una canción antigua de los Auténticos Decadentes”.
Me miró y me sacó una carta y leyó:
Me entregué y yo no me arrepiento
nunca estuve así de contento
y hoy me paso el día cantando
sin pensar hasta cuando.
Silencio.
Me dolía cada vez más la panza protuberante.
De la nada mi cuerpo empieza a moverse solo y a bailar y a cantar:
Amor
cierro los ojos y salto al vacío
Amor
como negarme a tu cálido abismo
Amor
sutil narcótico, suave y fragante
Amor
puede hacer polvo el diamante.
Estamos bailando la escena de una comedia musical. Odio estas películas pero me siento totalmente poseído, mi cuerpo se mueve solo. Hice un saltito estúpido y te di una vuelta, Laura, te toqué los rulos e hicimos un pasito de cumbia muy pelotudo. Me decía a mi mismo, esto no está pasando, esto no está pasando, esto no está pasando.
¿QUÉ ME PASA?
Me detuve y te dije: ESTO NO ESTÁ PASANDO, LAURA.
“NO, NO ESTÁ PASANDO, ENZO. Estamos en una estación de tren totalmente ficticia en un entorno para nada incidental que vos programaste”.
¿No sos real? ¿Por qué sos igual a Laura?
Despacio me miraste y ahí entendí que el espacio en blanco con los ojos no coincidía con una mirada de brillo genuina.
Laura L., mi avatar favorito. El avatar de mi ex, con el seguía haciendo la rutina de siempre en un metaverso paralelo creado una noche de no poder soltar.
Me saqué los VR.
Estaba en mi casa, eran las 10 de la noche, tenía hambre, no tenía nada para comer y sobre todo, estaba absolutamente solo. La luz de las casas de afuera titilaban, no había nadie en la vereda, hacía un terrible calor de verano.
Pude ver a lxs niñxs de la casa de enfrente corriendo con los VR puestos, uno pisando una piedra a punto de tropezarse, otro cantando y bailando como en un karaoke. La mamá simplemente está sentada viendo un punto fijo pero con el monocular puesto.
Agujero en el estómago número 10002, puse música aleatoria en una radio vieja: "A mi no me importa el dinero tengo lo que yo mas quiero a mi lado. Soy tu fiel compañera me gusta que seas así como soy. Sos mi escudo ante el miedo y aunque se derrumbe el cielo. Nunca vas a estar solo, porque siempre estaré" .
Miré el botón de favoritos del inicio de mi pantalla led que decía ‘Restaurar a Laura’ y resoplé.