Costumbrismo

Abuela y los cucubanos

Arte por: Alberto Santiago | @alberto_santiago

Escrito por: Némesis Mora Pérez | @nemesismora

Era la segunda semana de confinamiento cuando recibí la llamada. Después del “Dios te me bendiga”, soltó un “no me acostumbro”. Y por ahí siguió la cosa... Que no puede ser que pase otro domingo sin los nietos. Otro más sin echar una manita de domino. Que está brutal porque hasta su perro JJ, de JJ Barea por lo rapidito y chiquito, se acostumbró a brincar con nosotros en las competencias de carrera que hacíamos en el patio. Que por lo menos nos demos la vueltita y nos veamos detrás de la casa. Pero que no se lo digamos a mami ni a tío porque la regañan. Que nos sentemos mejor en la terraza que es al aire libre y hay distancia. Que abuelo está más sordo que nunca y que ya no le responde cuando le habla. Que a veces, se siente sola. Que le entran escalofríos cuando piensa en ir al colmado. Que le preocupa abuelo que está por cumplir los 100 años.  

Luego del preámbulo narrativo, porque abuela salió cuentista oral como su papá, soltó lo que en sus 75 años jamás había dicho. Me contó su historia. Sus vivencias en el barrio Ángeles en el municipio de Utuado. De cuando era niña y le tocaba tender las carnes sobre el humo de la leña para que se conservaran durante toda la semana. De lo difícil que era bajar al pozo a buscar agua para el diario y regresar con el balde al hombro. De las veces que el río la arrastró. De las tantas veces que se ausentó a la escuela porque el río estaba crecí’o. Y que ese mismo río crecí’o, hizo que abandonara los estudios a sus nueve años. 

Hasta que la industrialización entró en su apogeo y las compañías americanas se expandieron y esparcieron fuera de la zona metropolitana. A los 23 años, abuela cruzó el charco y se mudó al residencial El Coto en Arecibo junto a su esposo y dos hijos. Luego de trabajar como cocinera en comedores escolares y en una guagua de frituras en el sector Víctor Rojas, comenzó a trabajar en distintas fábricas como costurera de medias, calzoncillos, sostenes, batas y t-shirts, destreza en la que se destacó por su técnica para coser bolsillos. También trabajó en una farmacéutica, que colindaba con la zona marítima del barrio Islote, colocando las etiquetas médicas a los envases de pastillas. 

Pero esta, no es solo la historia de mi abuela. Esta también es la memoria de muchas de nuestras abuelas que comparten vivencias similares sobre la vida campesina en Puerto Rico para la década del 50. Pero sobre todo, esta es la historia de cómo las abuelas le hacen frente a los cambios sociales, económicos, políticos y tecnológicos que deja el tiempo, para lanzarse y construir una vida muy distinta a la de su infancia y adolescencia.  

Sus vivencias son el reflejo de cómo se vivió la pobreza en las montañas del centro de la isla donde la División Puertorriqueña de Educación Comunitaria (DIVEDCO) nunca llegó y la luz eléctrica no lograba energizar los barrios más altos y distantes al pueblo. 

La llamada de abuela entró a las 9:19 de la noche del viernes, 29 de marzo de 2020. Debió ser la ansiedad, pero el comienzo de la pandemia la puso a repasar su vida. A revisar dónde se ha ido el tiempo. A romantizar lo que fue y a recordar con melancolía lo que no pudo ser. La conversación telefónica se prolongó hasta la madrugada del sábado. Yo en Santurce. Ella en Hatillo.

* * *

Eso era como boca e’ lobo en la noche. Eso era una oscuridaddddd. Mamita porque allí no llegaba la luz elé’trica. Eso se alumbraban, ¿tu sabes con qué?… Con fraslai y mechones. Flachones eran…

Antes, las cervezas venían en unas botellas largas y grandes. A esas botellas se les echaba gas y les metían una mecha con un canto de frisa, o lo que apareciera, y le prendías fuego y con ese mechón se alumbraban por el camino. Tu veías esos mechones a lejos caminaaaando. Parecían cucubanos. Ante’ habían muchos cucubanos. Hace tieeeeempo que no veo cucubanos. Pero los cucubanos también alumbraban mucho. Como tu ver las estrellas en el cielo, así habían cucubanos en la tierra.  Y nosotros los cogíamos... Habían unos que tenían dos luces en el fondillo. ¡Dos! Y nosotros cogíamos los de dos luces (se ríe nerviosa), ay Dios mío ahora yo no sé si yo lo cojo, y lo poníamos de cabeza sobre la mesa y le dábamos dos cantazos al fondillo del cucubano.

Papi siempre tenía un fraslai. Siempre siempre había un fraslai. Adentro en la casa se alumbraban con quinqués. Pero afuera, pa’ caminar, con un fraslai o con un mechón. Y a veces uno veía a esa gente que se iban tarde en la noche, como las casas eran lejos, tu no veías la gente tu lo que veías eran esas luces en la noche como cucubanos. 

No había luz porque en esos tiempos no había luz elé’trica. En San Juan tal vez había pero en muchas partes de Utuado la luz se tardó en llegar mucho, mucho. Yo creo que cuando yo salí de casa y me casé la luz aún estaba así sin na’... Hace como 60 y pico de años de eso porque yo tenía 16 cuando me fui y me casé. 

* * *

Yo a peeeeeenas me acuerdo de los cuentos que papi hacía. Yo era chiquita. Porque él nos mandaba a dormir porque éramos muy chiquitos y él se quedaba con esa gente. Hombres y mujeres. Vecinos. No se bebía, pero sí se tomaban su café y chocolate caliente. Pero bebidas alcohólicas no. Y ellos se quedaban oyendo los cuentos.  Eran cuentos como de barrio, cuentos como de misterio, cuentos como de muertos que se salían, que si pa’ aquí, que si pa’ allá.... Había veces que hacía los cuentos bien tenebrosos y la gente decía: “Ay Pedro, ahora sí que no duermo”. Y hacía los cuentos bien serio. Yo te digo que yo siempre pienso en eso y digo coño si papi estuviera en estos tiempos que las cosas han evolucionado tanto y tener una bisnieta periodista. 

A veces eran las 12:00 de la medianoche y él haciendo cuentos. En casa iban como de 8 a 10 personas. No había televisión, Mechy. Si a caso una persona tenía un radio. La gente se iba hasta casa porque papi los entretenía haciéndoles cuentos. Y había veces que, como él se los inventaba, los hacía largos y las personas querían escuchar el final del cuento. Y había veces que viraban para sus casas, regresaban de vuelta y todavía papi estaba con el mismo cuento. Le decían: “Don Pedro por favor díganos el final. ¡Díganos el final!”, y se iban con eso en la mente. 

Arte por: Alberto Santiago | @alberto_santiago

Dito papi no sabía escribir. Papi nunca fue a la escuela. Papi sabía escribir el nombre de él, más na’. Pero tenía una mente privilegiada. Nadie decía que él no había ido a la escuela porque él se expresaba muy bien y todo lo hacía muy bien. 

Papi era agricultor. Papi tenía finca de café. Cogía café y lo vendía. También sembraba, sacaba y vendía ñame. Pero prácticamente del café era que vivíamos. Él tenía una finca. La cosa era así…Tu coges una canasta y en esa canasta ibas poniendo el café maduro. Entonces había gente que recogía el café y se le pagaba por almú (unidad que utilizaban para medir la superficie de la canasta). Tu llenabas las canastas, la echabas a un saco y dependiendo de las canastas de café, te pagaban. Entonces mami cocinaba, y le daba comida a esa gente para el almuerzo y eso. Y si no aparecía nadie lo hacíamos nosotros, lo recogía papi, Felipe (su hermano) y mami. Eso era en Ángeles de Utuado.

Ah y te voy a decir una cosa, no habían carreteras. Lo que habían eran caminos. Caminos que cuando llovía, mamita…..eso eraaa já… Eso  llovíaaaa. Y eso era tanto bache que la gente se quitaba los zapatos y caminaba descalza. Y se te pegaba ese fango por la jorqueta de los de’os, y se te ponían esos de’os duros, duros, duros, duros con esa tierra seca que se encajaba entre de’o y de’o. Aaave María pa’ tu sacarte eso de ahí, mijita. Como uno se acostaba con esas patas sucias, al otro día eso era como pie de monstruo. Duuuros, duros, duros, duros. 

Entonces como tampoco había agua, yo lo que hacía era buscar agua al pozo. Llenaba los baldecitos y cuando llegaba a casa el balde llegaba medio. El camino era malo y el agua se salía del balde. Entonces Felipe y yo, que éramos los más duros de los seis hermanos en casa, íbamos a buscar agua y leña. Y nosotros poníamos una lata, porque antes la manteca venía en latas grandes, y a esa lata nosotros le hacíamos un boquete por las esquinas y ahí le metíamos un palo y lo llenábamos de agua y nos los echábamos al hombro y llevábamos ese balde así hasta casa llenito. Bueno, llenito y a veces a media. Pero sí, eso había que hacerlo. Y buscábamos leña para cocinar, porque se cocinaba con carbón. 

—¿Cómo se cocina con carbón?

Pues había un fogón afuera. Ese fogón tenía tres piedras, como los taínos. Tres piedras. Y ahí se ponía la leña, se echaba gas, se prendía y esa leña se volvía carbón. Y ahí se ponía la olla y ahí se cocinaba. Eso de una estufa… eso no...eso no existía… La vida de antes no era una vida fácil, mamita. Eso no era una vida fácil. La vida era bien, bien dura. Bien dura, bien dura. 

¿Por qué tu crees que yo no estudié? ¿Por qué yo no llegué a tener un cuarto año? Porque nosotros teníamos que cruzar un río (hace una pausa para respirar hondo) y yo siempre que llegaba a la escuela, llegaba sin zapatos. Porque el río me llevaba los zapatos. Porque cuando yo brincaba, el zapato se me salía. Porque había que brincar de piedra en piedra pa’ cruzar al otro la’o. Y esos ríos de antes no son como los de ahora, que están secos. Eso eran unos chorros de agua mamita, que muchas veces el río me llevó a mi y me arrastró. Yo estoy viva aquí porque Dios me quiere aquí. Pero a mí el río me llevó muuuchas veces, muchas veces. Arrastrá, arrastrá, arrastrá.

Y las mujeres que estaban lavando, me cogían a la parte de abajo. Y así entrípaiiiita yo me iba pa’ la escuela. Y me ponían en una esquinita, a lo que la ropa se me secaba encima. Y después llegaba hasta casa como un pollo. ¿Y tu te crees que nuestros padres nos ayudaban a cruzar ese río? Nooo. Nosotros íbamos to’ esa muchachería sola cruzando ese río. Iba Felipe, iba Esther, iba Roberta, iba Sofía, iba Iris, iba yo. Pero de todos los hermanos, a mi era a quien siempre (se aclara la garganta) le pasaban las cosas malas. A mi me daban los huevos, mira. Porque nos daban huevos pa’ comer. O sea pa’ pagar en el recreo. Como no nos daban chavos, nos daban huevos. Esos huevos no los cargaba Esther. Esos huevos no los cargaba Felipe. Esos huevos me los daban a mi. Y yo los cargaba en una bolsita de papel.

—¿Y qué podías comprar con un huevo?

Pueee, con un huevo… te voy a decir… Esos huevos los chequiaban. Si estaban empolla’os, no servían. Los ponían hacia el sol, y empezaban a mirar el jodio huevo. Si lo veían pesaito o algo, eso no servía. Nos daban dos chavitos por dos huevos. Con eso nos daban un chispito de pan con mantequilla o nos daban una alcapurria. Dos chavitos eran. Si nos daban seis huevos, pues eran dos chavos pa’ mi, dos chavos pa’ Felipe y dos chavos pa’ cada uno de los hermanos. Así era. Había veces que el señor no nos compraba los huevos porque no servían. Y nos quedábamos sin comer. 

Felipe era un poquito más listo y me mandaba a mí a hacer las cosas. Entonces había una casa depués del río que para llegar….Tu coges el río y en una loma, por donde había que pasar obliga’o, había una casa. Esa casa era de altos y bajos pero en los bajos tenían un montón de perros. Tenían como 7 o 8 perros y siempre estaban durmiendo abajo de la casa. Y cuando tú pasabas, el perro como que sabía y esperaba a que todo el mundo pasara y en una distancia que ellos más o menos podían esmandar carrera y morder a uno, se esmandaba la perrería detrás de nosotros. A correr. A ladrar y a correr. Todo el mundo daba la carrera y yo me quedaba atrás. Y yo gritando atrás y los jodios muchachos a lante esmanda’os muertos de la risa. Cuando veían que ya yo estaba a lo último, ellos cucaban a los perros para que me ladraran a mi. Muchacha, y esos perros podían morder a uno, deja eso. 

* * *

Otra cosa era que antes había que lavar en el río. Por lo menos uno ahora puede lavar arriba. Tienes tu secadora y estufa en la cocina. Pero antes la ropa había que echarla dentro de un saco y la mandabas por una cuesta y la ropa llegaba primero al río que nosotros. La echábamos a rodar. Lavábamos, tendíamos la ropa en el río y nos la llevábamos seca. A lo que esa ropa se secaba, nosotros cocinábamos en el río. Poníamos una olla, cortábamos un guineo de la finca y buscábamos chagras y camarones. Lo cocinábamos y ahí comíamos en el río. Súper fresco. Bebíamos agua de un charquito frío que había allí, que todavía yo me acuerdo de una sortija que dejé ahí puesta y nunca la encontré. Y llegábamos a casa y nadie estaba pendiente a uno, tu sabes. Nadie le decía a uno: “¿cómo pasaste el día en el río?”. Na’ de na’. Era como si na’. No es como ahora que uno está pendiente a los muchachos.

Y era difícil, Mechy. Era difícil. No era fácil. Pero había que acostumbrarse porque qué remedio. 

* * *

Había un charco que la gente decía que se había queda’o encanta’o. La gente de antes decía cosas así. El charco era azuuuliiito, azulito. Nos parábamos arriba y pegábamos a cantarle y le decíamos: “cantamurá, cantamurá, cantamurá”. Porque decían que si uno decía eso, salía dizque una mujer. Nosotros cantábamos cantamurá a ver si era verda’ que salía una mujer. Y así estábamos hooooras allá arriba cantando. “cantamurá, cantamurá, cantamuráaaa”. Como que la llamábamos. 

—¿Y qué significará cantamurá?

Pues no sé. Cantamurá. Y nunca salió nada. Decían que salía una mujer de ese charco. Pero nunca salió nada. Cantamurá. Cantamurá. Canatamurá. Cantab…. Sabrá Dios lo que signifique eso. ¿Qué será? Será como…. uy.

—Busqué ahora en Google y mira dizque es una palabra en italiano.

¡¿Está ahí cantamurá?! Mira pa’ allá. ¿Qué dice cantamurá ahí? ¿Que existe? ¿Que no es un invento?

—Mura es pared. Y canta es cantar. 

Pues mira pa’ allá, canta a la pared. Pero nosotros le cantábamos al charco de agua. 

Eso estaba metido en una finca. Ese charco tiene que estar… Yo no sé... En ese charco yo me fui a ahogar varias veces... Ese río era bravo bravo.

Te voy a hacer un cuento, mira…

Cuando yo estaba en quinto grado... Antes llovía mucho, mucho, mucho, pero mucho. Antes llovía mucho. No como ahora que llueve... bueno es que ahora hay carreteras y que se yo... Entonces nos soltaron temprano de la escuela porque estaba lloviendo, nos soltaron como a las 2:00 de la tarde, y estaba cayendo un sendo aguaceeeroooo.  Eso metía miedo. Y no había donde uno meterse. Eso era subirte el ruedo y tirarte rumbo pa’ tu casa. (Vuelve a hacer silencio para respirar hondo) Yo...me tiré...por ese camino… a bajar ese río. Y ese río estaabaaa...crecío, crecío, pero creío. Y ese ruuuido que tu oías antes de llegar... Cuando yo me acerqué a ese río dije: “¡ay Dios mío como está ese río!”. “Yo no puedo cruzar ese río”. Y yo no podía cruzarlo y estaba yo solita. Felipe había salido, se había ido y me dejaron sola. Entonces yo viré para atrás y había un señor que trabajaba en la agricultura... que era el que cuidaba a… en las escuelas antes habían granjas y él cuidaba a los animales y les daba comida. Él se llamaba Traumacio, no sé si está vivo o muerto y si está muerto que en paz descanse, y.. y yo le dije: “miraaa ese río está crecío crecío y yo no me atrevo cruzar ese río”. Y el siguió lavando las cosas de los puercos y no me hizo caso. Entonces yo seguí pal’ río porque yo tengo que cruzarlo porque yo tengo que llegar a mi casa. Entonces, me quedé esperando a que bajara un poco el río y al la’o de allá, a mi eso nunca se me olvida, al la’o de allá había una casa. Y vivían personas en esa casa. Y yo empecé a gritar y a llamar a la dueña de la casa que se llamaba Isabel: “Isabellllll”... Pero bien duro. El eco me retumbaba. Y al raaaatooo ellos me oyeron. Porque la misma lluvia no los dejaba escuchar. Entonces ellos me oyeron y se asomaron. Y yo le dije: “Soy yooo, Leonoraaaa”. Yo gritaba así y era un chispo e’ nena. Bueno mira el cuerpo que tengo ahora (unos 4 pies con 7 pulgadas), pues imagínate tú como a los 9 años y yo gritando. Entonces se fue el padre y el hijo y regresaron con una soga. El papá aguantó al hijo con la soga y lo amarró y el hijo cruzó así el río crecío. Y yo me le monté en el cuello a ese muchacho, en el cuello a ese muchacho (repite pensativa), eso a la edad que yo tengo ahora no lo hago jamás. Pero uno pue’, uno ignorante...Pffff. Entonce’ el señor aguantó la soga de un palo, el hijo cruzó al otro la’o, yo me le monté en el cuello y él me pasó al otro la’o. Y era como las 5:00 de la tarde y en ese monte ya todo estaba oscuro. Entonces ese señor me cruzó al otro lado. Cuando yo llegué a la casa de él, la señora me hizo unas sopas que, aunque yo era chiquita, eso a mi nunca se me olvida. La esposa de él, me hizo unas sopas de habichuelas blancas. Y me dio esas sopas y yo temblando del frío, mojá, entripá. Cuando escampó, porque ellos no me dejaron ir, aunque tampoco en mi casa fueron a buscarme a ver si yo estaba viva o qué había pasa’o. Nada, nada, nada. Yo recuerdo esas cosas y a veces me da un sentimiento tan hondo en mi corazón que yo digo coño cómo podría ser… porque ellos no eran padres malos… pero eran padres que no se preocupaban.

Arte por: Alberto Santiago | @alberto_santiago

Cuando me dejaron ir, el señor me llevó a casa. Y te digo que la casa de él a la de nosotros era como de aquí a Selectos (colmado localizado a 1.3 kilómetros de su casa en Hatillo). Él me llevó a casa y le dijo a mami:

—Doña Elena, aquí está su nena.

—Ahh okei. Gracias.

Y yo llegué entripá. Que mi memoria recuerde, ellos no me preguntaron nada. Nada, nada, nada. Coño no me preguntaron cómo yo llegué aquí porque está cayendo un diluvio universal. 

* * *

Entonces en casa ponían las carnes al humo porque como no había nevera. La cocina era grande, con el humo de la leña eso se amortiguaba y se cocinaba y no se dañaba. Entonces tu ibas a casa y veías to’ la cocina con (se ríe con timidez)… te digo esto y a lo mejor tu dices “foooo”… con josicos de puercos. 

—¡Puajjjj! ¡Guácala!

Lo ves yo sabía que no te iba a gustar. (se saca una carcajada)

Las patas del puerco… Bueno, al cerdo lo mataban y lo ponían así… amarraban la carne con una soga y lo ponían así al humo. Entonces tu ibas a la cocina y cuando fueras a coger un canto e’ carne lo cogías de ahí. Como no había nevera y no había na’. Pues así era que se mantenía y luego se cocinaba. 

—Que difícil

Sí, era todo difícil. 

Entonces cuando yo llegué, yo vi que mami estaba cogiendo las patas de cerdo para hacer un arroz. Sé que hizo la comida pero yo no me acuerdo haber comido. Ya yo había comido en casa de la señora. Yo sé que yo llegué y me sequé, me puse ropa seca. Y yo pensé que al otro día, la misma rutina. Lo mismo, lo mismo, lo mismo, lo mismo. Y así llegué estudiando hasta quinto grado. Yo no estudié más na’. Yo no estudié nada más porque a mi se me hizo bien difícil. Bien difícil. Pero súper difícil.

—¿Y tu no tenías amigas o algo así?

Si yo te dijera… ¡já!... Tu deberías de escribir un libro de todas estas cosas que yo te estoy diciendo. Mira, las amistades que yo tenía no eran amistades. Habíamos muchos juntos en grupos, que eso ya es otra cosa. Cuando yo salía de la escuela, yo salía con unos primos y con Felipe. Íbamos a pie. Y habían unos vecinos que eran bien hijos de puta, bien maaaaalos. ¡Pero malos! Y cuando yo pasaba, estaban to’ esos muchachos, que eran como 4 o 5, y los 5 me caían encima a mí. Me caían encima con ganchos de palo. Me caían a mi a fuetazo limpio. Entonces yo no me podía defender porque eran muchos. Entonces los que me podían defender, no me defendían. Que era Felipe, que eran los primos y ninguno me defendía. Y cuando yo llegaba a casa, yo se lo decía a papi. “Papi, los hijos de fulano me caen encima”. To’ los días, to’ los días, to’ los días. Papi iba a la casa, se lo decía a la madre y la madre los regañaba. Entonces al otro día, lo hacían más malo. 

—¿Y por qué a ti?

A mi. Me caían encima a mi. Porque no le caían encima a más nadie. La cosa era conmigo. Y yo no sé porqué. 

—¿Sería porque tu eras la única nena?

Pue será...Yo sé que a mi me daban esas pelasss. ¡Ave María! Yo le cogí hasta miedo a ir a la escuela. Le cogí hasta miedo porque desgraciadamente había que coger por el mismo sitio. Era una pila de muchachos escondíos que me caían encima a mi. Y yo todavía me acuerdo de eso y me dan ganas de llorar (tira una risa para disimular). Me da cosa porque uno dice, coño nadie me defendía. Ni Felipe. Así era. Porque para colmo éramos vecinos. Éramos casas cercanas. Osea que nos conocíamos. Que tampoco era gente extraña. Y no había otra ruta que coger. Había veces que salíamos más temprano o más tarde. Para cuestión de que ellos se fueran alante, o no habían salido todavía. Porque si nos tropezábamos en el camino, olvídate que la pela iba. 

Eran tantos inconvenientes que la gente va a decir: “ahhh, eso no es verdá”. Pero sí. Eso pasó.

—¿Y en qué año fue eso?

Váaaalgame. Déjame sacar cuenta. En el 1945 nací... en el 1955... Bueno en el 1954 porque yo me casé en el 1960.  

—¿Osea que estaba Luis Muñoz Marín?

Jaaa…. Coño yo no me acuerdo si estaba Luis Muñoz Marín. 

—¿Nunca llegó la DIVEDCO a Ángeles?

Habían escuelas, lo que pasa es que era muy lejos. Vivíamos en un lugar bien difícil. No era culpa de que no habían escuelas. Escuelas habían. Era la distancia de ir a la escuela.

—¿Cuántos minutos te tomaba cruzar el río?

Muuuchachaaa eso era más de una hora. Sí mija sí, sí. Eso era bien lejos. Y caminos difíciles y siempre rodea’o de agua. Siempre fue rodea’o de agua. 

—¿No se enteraban de nenes que se morían cruzándolo?

Sabrá Dios… Sabrá Dios, oíste. Pero bueno, no estaban pendientes de mí, van a estar pendientes a los demás. Sabrá Dios si los muchachos se…uy. Yo sé que yo estoy viva porque Dios me quiere aquí. Pero a mí el río me arrastró muchíiisimas veces. Muchísimas veces. Las mujeres que lavaban me... me recogían tu sabes.

* * *

A los 18 años me mudé a Arecibo. Ya a los 23 trabajaba en Víctor Rojas. Cuando yo dije me voy a trabajar y voy a sacar mi licencia, rápido Pipo (su esposo) dijo: “muchaaaachaaa tu sacas la licencia y eso es la muerte al volante”. La muerte al volante… Y le dije: “pue’, olvídate pero la voy a sacar”. Y cogí las prácticas y saqué la licencia. Y me fui y busqué trabajo. Y cuando me fui a trabajar en Víctor Rojas en una fábrica... porque antes se trabajaba sabes, no había tanto problema pa’ buscar trabajo como ahora. Había trabajo. Esteee, pues me dijeron “¿tú sabes coser?” “Sí, yo sé coser”. Yo nunca en mi vida había cogido una máquina. Nunca, nunca, nunca, nunca. Este, “pues ven y empieza mañana. Traite una tijera y traite un lápiz”. Y yo dije, coño un lápiz y una tijera. No pregunté. Llevé la tijera y llevé el lápiz. El lápiz era porque había que llenar unos… según tu ibas trabajando ibas anotando los trabajos que tu hacías en un papel. Ellos te daban una tarea y tú la anotabas. Entonces cuando me sentaron en la máquina, de esas máquinas industriales que son bien ligeras, se me fue la máquina esmandá, esmandá, esmandá. Yo me saqué un grito. “¡Ay perate que esta máquina está bien ligera!”. Y las mujeres empezaron a reírse. Entonces había una supervisora que le decían el León Bizco. Era bizca. Y pa’ cuando eso estaba la serie de Daktari bien pegá. No sé si tu te acuerdas o la llegaste a ver. Era la historia de un bizco, que empezaba así el león durmiendo y levantaba los ojos. Entonces a ella le decían el León Bizco y nadie la quería allí en la fábrica porque era bien odiosa y bien repugnante. Y me tocó ella a mi. Entonces ella me dijo: “Mira, yo llevo aquí tanto tiempo trabajando y yo sé que tú no has cogido una máquina en tu vida”, me dijo ella. “Pero también sé que tú quieres aprender y tú quieres trabajar. Y tu eres una mujer joven y yo te voy a ayudar”, así me dijo. Entonce, ella siguió: “Hay muchas mujeres que conmigo no se llevan. Porque yo soy fuerte. Pero me gusta cogerlas así que no sepan. Porque las que saben, se las echan de que saben y no quieren coger consejos. Como tu no sabes, a ti te voy a enseñar yo”, así me dijo. Entonce ella se sentó en la máquina, empezó a darme las instrucciones: “mira esto va así, esto es así, así, así, así” y estuvo como una hora en la máquina con lo que yo tenía que hacer. Yo empecé poniéndole bolsillo a las tisheres (t-shirts) y eso era malísimo porque ese piquito de abajo de la tisher, tu sabes que los bolsillos tienen un piquito abajo, ahí había que hacer un pare y después seguir pa’ arriba. ¡Y no se me hizo fácil! Entonces cuando ella me enseñó, ya yo a los dos o tres días ya yo sabía. Entonces ella me dijo: “Ahora como ya aprendiste en esa máquina, te voy a enseñar en esta otra máquina. Es más mala porque es de tres agujas, pero vas a aprender”, me dijo. Esas máquinas, mero, que hacen ruedo y… válgame Dios...¡válgame Dios!

—¿Y cuál era la primera máquina que usaste?

De una aguja, la plain. ¡Pero es que yo nunca había cosí’o!. Este...entonces me puso ahí a hacerle ruedo a la tisheles. Porque las tisheles eran bolsillos, eran ruedos, era cuello, era manga. Sae’, todo por pieza. Entonces me dijo, “ahora le vas a coger el ruedo”. Y me sentó en la máquina. “Entonces tu pones la pieza aquí”. Lo más malo es para enhebrarla. “Cuando se te parta un hilo de estos, pues es malo para enhebrarla pero me llamas”. Y yo ay Dios mío que no se me parta un hilo, ¡que el hilo no se me parta! Y yo cogía la tishel...chiqui, chiqui, chuqui y pasaba y hacía el ruedo de la tishel. Y apuntaba las que yo hacía. Y ella empezó a enseñarme en todas las máquinas. “Te voy a enseñar en todas las máquinas”, me dijo ella. Y después todas las mujeres me decían: “Ave María, yo no sé cómo tu soportas a esa mujer”. Y yo le dije pues ella me está enseñando y yo sabía un poquito, tampoco les dije que yo no sabía, yo sabía un poquito pero ella me está ayudando a que yo aprenda lo que yo no sabía en otras máquinas. 

Mira, lo primero que hizo fue que me cambió el nombre, que eso a mi me encantó. Me dijo: “Mira tu nombre es muy largo. Leonora Constancia... para tu tarjeta de ponchar eso no cabe”, me dijo. Las tarjetas de ponchar antes eran largas. “Te voy a poner solamente el Leonora”. Y yo le dije, ah pue’ mejor. Yo estaba loca por quitarme ese Constancia, ese Constancia a mi nunca me gustó. Mejor todavía. Y entonces de ahí pa’ allá yo seguí con el nombre de Leonora y nunca más volví con el Constancia. Y de ahí pa’ allá, cogí esa experiencia en esa fábrica, después trabajé en la fábrica de medias. 

—¿Y dónde era esa fábrica?

En Víctor Rojas. Esa fábrica era de tisheles y calzoncillos. 

—¿Y no te acuerdas cómo se llamaba?

Se llamaba Arecibo Mills.

Ahí yo trabajé como...pues yo saqué la licencia, compré carro, baaaah… de ahí yo salí, trabajé en la fábrica de medias, después trabajé en la fábrica de batas. Donde está ahora la fábrica de la panadería Los Cidrines (cercana al sector Víctor Rojas), ahí era una fábrica de batas, de ropones. Ahí trabajé también yo poniéndole los bolsillos a las batas. Que casi nadie ponía bolsillos, por eso a mi me llamaban mucho. Cuando llenaba las solicitudes yo decía que ponía bolsillos y rápido me llamaban. 

—¿Por qué? ¿Es difícil?

Sí, nadie ponía bolsillos. Y yo trabajé mucho tiempo poniéndole bolsillos a las batas, a las tisheles y de ahí me fui a trabajar con Paquito. Yo no sé si está vivo o muerto pero que Dios lo tenga en la gloria si está muerto...yo no sé. El tenía un negocito de vender alcapurria, bacalaito, comida criolla, arroz, habichuelas, pollo y trabajé ahí vendiendo y cocinando. La gente era loca con las habichuelas mías y la comida. 

—Yo no sabía que tu habías trabajado en un lugar de comida.

Sí, trabajé ahí. ¡¡Ah!! Trabajé también en un comedor escolar. 

—¿En dónde?

En... en... en... en el caserío El Coto. 

—¿En la escuela dentro de El Coto?

Sí, en la escuela Coto Anexo. Y en la escuelita de Víctor Rojas. Ahí había un comedor escolar. Y ahí también trabajé como dos años. De ahí salí para el negocito que te dije de Paquito. Le dije a Paquito y él me dijo: “Vente a trabajar conmigo. Yo tengo una guagua de comida”. La tenía allí en Víctor Rojas. “Esa guagua es para que tu la trabajes”, me dijo. Y yo estuve un tiempo en esa guagua. Después él cambió la guagua por un negocito que estaba ala’o de la logia en el pueblo de Arecibo. Y cuando hizo eso él me dijo: “Leonora, vente conmigo a trabajar”. Eso fue en el 1980. “Vente conmigo que después que tu hagas 100 pesos, lo demás es tuyo”, me dijo él. “Tu sácame a mi  $100 lo demás es pa’ ti”.  A pues Paquito vamos a vender comida, vamos a hacer sancocho… “Ah sí, sí, sí, lo que tu quieras”. Y yo dije ah pue’ está bien. Y yo era la que preparaba el menú y me fue bien. Después de ahí conseguí trabajo en la Playtex. Y me fui porque ahí trabajé un montón de años bregando con los brasieles. Ahhh, trabajé también en una farmacéutica por Islote. Poniéndole las etiquetas a los potes de medicina... también. Pero me retiré de la Playtex. Ahí fue que yo dije que no iba a trabajar más na’. Pero trabajé fíjate. Trabajé…. y me gustaba. 

—Yo no sabía que tú habías trabajado en tantos lugares preparando comida.

Sí, trabajé en comedores, guaguas y en ese pequeño restaurancito de Paquito. Ahí iba Tito (hijo mayor), Rose (hija menor) y Pipo.

—¿Iban a comer?

Puesss habían veces que comían. Este….Tito siempre se daba la vuelta porque yo me quedaba ahí sola… Como vendían cervezas y eso… Pero no adentro, tu sabes. La gente la compraba y se iba. No era un negocio de beber adentro. La despachaban y se la llevaban. 

—¿Me imagino que es mejor coser que cocinar, ¿no?

Claaaaro. Claaaaro. Chacho, cuando yo vi que de Playtex me llamaron, yo dije: “¡ay qué bueno!” Era una compañía importante de brasieles y panties. No era tan malo. No, no era tan malo. Uno iba y hacían fiestas... fiestas de Navidad. Hacían bailes. Muchas actividades. Y...participábamos. Todavía tengo amistades de la Palytex. Síii. Todavía yo tengo amistades de Playtex. Últimamente no los he visto, pero sí. Nos llamábamos. 

Ahí te llené la mente con cosas que no tiene na’ que ver con la pandemia, ¿oíte? 

—Pues de eso se trata. Mira para allá, llevamos hablando 2 horas y 17 minutos.

Son las 11:15. Las 11 y 15… y tú tienes sueño. 

—Nah’ yo lo que tengo es hambre. Yo creo que voy a hacerme algo.

¡Ah! Síii tu tienes hambre, cómete algo, mija. 

—Yogurt con fresas, kiwi, granola y miel.

Válgameeeee. Válgame Dios, eso está sabroso. Yo tengooo… en la nevera yo tengo yogurt también. Aveee María le echas un guinietio maduro por el la’o y eso quedaaaa.

* * *

Era un baño público, era de la tienda pero nosotros lo compartíamos. Entonces, un día yo sentí que en el apartamento... desde la cama tú veías el pasillo. Osea, te trepabas en la cama, mirabas y veías el pasillo. Y yo sentí unos pasos, de mujer… Entonces… porque tu abuelo tu lo ves ahí deso pero tu abuelo no ha sido tampoco… un santo no es. Entonces cuando yo miré, estaba Pipo, que la había acorralado en una esquina, estaba besando a una señora, a la hermana del esposo de mi hermana, la cuñada de mi hermana. Ella era una mujer regalá. Tu sabe’, se la daba a to’ el mundo. Entonces, Puej, puej...yo vi que Pipo la tenía acorralada en una esquina...besándola. Y teníamos tres meses de casa’os. Recién casaitos. Y yo era una niña. Y yo era una niña de 16 años y él era un viejo. Viste. Que te dije que él no… Entonces… esteee…. yo fui a averiguar qué era, para que ellos se dieran cuenta que yo los estaba viendo. A la puerta, él le había puesto un pasador por la parte de atrás, y yo no podía abrirla. Yo no la pude abrir… Entonces, yo le caí a puños a la puerta y en lo que yo le caía a puños ellos puej...cada uno se fue. Entonces después vino al rato, abrío la puerta y me dijo: “¿¡qué te pasa?!” 

—Yo voy a salir, voy pal’ baño y la puerta está cerrá. ¿Y por qué tu le pusiste pasador a la puerta?

—¡Ay qué se yo! Sabrá Dios quién le puso pasador a la puerta.

Él se creía que yo no había visto, ¿ves? Entonces, yo tenía un primo que nos llevábamos super bien, él guiaba carro público… era primo hermano mío, entonces yo hice una cartita y lo paré a él y le dije… Mira Víctor, él se llamaba Víctor, esta carta tu se la vas a llevar a mami. Yo le había manda’o esa carta explicándole a mami lo que yo había visto y lo que había pasa’o. Porque esa misma mujer también se había acostado con papi. Osea ella se la había da’o a papi, a Pipo, bueno a to’ los hombres. A to’ el mundo. Entonces yo le hice una cartita y se la di a mi primo. Para que el primo se la diera a mami, y mami se lo dijera a papi, para que papi fuera donde mi.. puej pa’ que me ayudara a resolver el problema. Este… entonces pues pasó… mami se la dio, le dijo lo mismo que yo le dije. Entonces papi me dijo estas palabras, que con la cuchara que yo había cogido que con esa yo comía. 

—¿Pero qué quiere decir eso?

¡Qué tenía que aguantar lo que él me había hecho! Pue’ que me tenía que quedar con él. Eso fue lo que me dijo. Porque él también lo hacía… los dos se acostaban con la misma mujer. Sí. 

Entonces, cuando el primo vino donde mi me dijo: “Leonora, hablé con tío Pedro y me dijo esto, esto y esto”. ¿Y de verdad te dijo eso? “Sí, tu sabes como es él”. No, yo sé como es él pero no pensé que fuera a reaccionar así. “Ay muchacha no le hagas caso. Tu sabes que esa mujer es una cabra”... que si esa mujer es esto y esto otro. Este... “no vayas a romper el matrimonio por eso, que tú estás recién casá”. Y yo dije, maldita sea el demonio, no tengo quién me ayude. Me lo tuve que tragar.

Entonces, más tarde, y me refiero a tiempo después, había una doña, una doña, que era casada pero que también se las pegaba al marí’o y también iba a la tienda de Pipo y el cabrón este también estaba con ella. Entonces ella le preguntó a él que porqué se había casa’o…

—¿Tu escuchabas todo eso?

¡Seguro!

Pero nena yo era bien ignorante, este...Mechy. Y no tenía…como te digo…. no tenía capacidad, no tenía ayuda. A mí el único que siempre me ayudaba era Felipe. El único. A quien yo le contaba las cosas era a él. Y yo decía.. concho bueno me voy a quedar ahí… pues me lo tuve que comer. Me lo tuve que comer. Este... pue’ el tiempo pasó nacieron los muchachitos… primero llegó Tito, después llegó Rose...llegó to’. Y las cosas siguieron corriendo aparente y alegadamente normal… pero normal nunca...nunca ha sido normal. No. Nunca ha sido… nunca ha sido normal. 

Yo siempre pienso que él tenía a alguien, a alguna persona. Yo siempre he pensado que él nunca me ha querido a mi. El comportamiento de él no ha sido de una persona enamorada, que quiere a uno, que tenga detalles… Ese afecto de decir “mira esto es pa ti”..eso nunca, nunca, nunca, nunca. Los juegos de matrimonio mío que él me dio, él me los regaló porque la hermana se los dio. 

* * *

25 de enero 2021

La llamé desde New Orleans para felicitarla en el día de su cumpleaños 78. Hablamos unos 15 minutos, pero la conversación se invirtió demasiado rápido y abuela terminó dándome una terapia psicológica para aliviar mis tendencias depresivas por preocupaciones demasiado millennials. A veces se me olvida lo pesado de su pasado.  

—Tu tienes que dejar de tomarte las cosas tan personales. Cualquier cosa te la echas encima, nena. 

De ahí pasó a recordar a su mamá y el día que falleció. Su hermano Felipe, fue a recogerla con su mamá enferma en la silla del pasajero del auto e ir juntos al hospital. Pero abuela no podía dejar a sus dos hijos solos en la casa y de madrugada, así que optó por quedarse. 

—A las 2:00 de la mañana vuelve Felipe a casa a buscarme porque mami había muerto. Coño vino a buscarme y yo no me pude ir con ella. Eso todavía lo digo y me... me… porque pues… estaba sola... tenía los nenes en casa. Pipo estaba trabajando y no habían teléfonos como ahora.

—Yo sí tengo culpas. Pero aquí sigo. 

Némesis Mora